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Mis caminatas con Fredy Reyna

Hay eventos extraordinarios en la vida de las personas, que suceden sin que hayan testigos que certifiquen que estos son ciertos, de manera que al momento de echar el cuento, hay que contar con la indulgencia de los oyentes, para que den como válidas las dudosas historias referidas.

Esto es lo que me pasa con el Maestro Fredy Reyna. Tuve la honra de ser su compañero de caminatas y de cotorras en varias ocasiones, desde el Teatro “Teresa Carreño”, hasta su casa en la Av. Victoria, ¡solo y sin testigos!

¿Cómo sucedió? La cosa fue así y por favor ¡créanme lo que les digo!

Bartolomé Díaz y otros tocadores de guitarra venezolanos, tuvieron la hermosa iniciativa de organizar al final de los años 80, una suerte de Guitarreada en Caracas, supongo que algo así como las veladas que promovía Franz Schubert en Viena, para compartir y escuchar determinada música. Fueron tres días fabulosos, de los más hermosos que se han vivido en el valle de Santiago de León de Caracas.

Allí estuvo Abraham Abreu, con su clavecín, enseñando a los guitarristas como tocar guitarra, dándole veracidad al dicho de Yehudi Menuhim, según el cual él era un músico que tocaba violín. En el caso de él, el clavecin.

Pues bien, los consejos dados en ese espacio por el Maestro Abreu, sobre cómo tocar los preludios de Bach, fueron de infinito valor para los guitarristas allí reunidos. El asombro de todos, fue cuando se presentó un cuatrista quien tocó una fuga de Bach ¡en el cuatro!

Sin saberlo, eso sirvió de abreboca a lo que se venía en los días siguientes:

A esa actividad musical fue invitado Fredy Reyna, para que una mañana les hablara a los guitarristas sobre el cuatro venezolano, a la manera de Fredy Reyna.

Eso fue para los presentes, como si Orfeo le hubiese develado los secretos de la lira a los seres humanos, solo que este Orfeo nuestro, no tenía nada de trágico y sí mucho de alegre y quijotesco, porque con toda la lucidez que desplegaba, que no el caso del bueno de Don Alonso Quesada, alcanzaba de verdad metas imposibles, ahora sí a lo Quijote, sin provocar risas ni compasión y sí toda la admiración de quienes lo escuchamos.

El seminario matutino de Fredy Reyna, no pudo finalizar cuando se tenía previsto, porque fue extendido en una amena e informal conversación en torno a él, y entonces el singular maestro se prodigó en comentarios, anécdotas y consejos para los guitarristas presentes y para los cuatristas que allí estábamos “coleados”.

Lo que demostraron los notables maestros allí reunidos, que estaban todos rendidos ante la magnética personalidad del maestro Reyna, fue el respeto que sentían por el cuatro venezolano.

A partir de ese día me hice “alto pana” de Fredy Reyna, aunque siempre le dije “Maestro”, y no Fredy, como al modo confianzudo de los venezolanos, le decían todos.

Una de esas mañanas se presentó un largo documental sobre el extraordinario guitarrista inglés Julian Bream, de quien recomiendo exploren su manera de tocar la guitarra, en la profusa colección de videos que se encuentran afortunadamente en Youtube.

¡Claro que Fredy Reyna conoció a Julian Bream! y le mostró el cuatro venezolano en su vagabundear por Europa, con su instrumento en una mano y en la otra, la amorosa mano de Lolita, su verdadera conexión con este surrealista mundo en el que vivimos.

Luego de esa película, tuve la suerte de echarme a caminar con Fredy Reyna hasta la avenida Victoria, como llevo dicho, comentando el arte del maestro Bream.

-¡Mira machete, me decía, Julian Bream es grande, entre los más grandes del mundo!

-¡Mira machete, Jacinto Pérez era un cuatrista insólito!

-¡Mira macheta, cuando Alirio Díaz y yo acompañamos a Morella Muñoz en al Aula Magna,…! Y así nos comíamos a Caracas paso a paso, y se me hacía cortica la distancia recorrida.

Una de esas caminatas, terminó en un almuerzo vespertino en su casa. Antes y después de que Lolita pusiera la mesa en su santo lugar, Fredy Reyna pintó la tarde con las notas de su cuatro. Tocó el vals Maldición, Los Motivos del Polo Margariteño, me hizo una demostración de cómo Jacinto Pérez “jalaba” la cuerda hasta casi romperla, -Te dije que el tipo era insólito machete.

Le pregunté, -Maestro, ¿Ud. cree  que el cuatro es una guitarra chiquita? Se puso serio y con los lentes sostenidos en la frente, a lo Simón Rodríguez, se lanzó a explicarme por qué el cuatro no era una guitarra chiquita.

Dentro de las afortunadas conversaciones que sostuve con él, hubo un momento cumbre, y esta es la parte menos creíble de esa relación que mantuve con este precioso personaje. Le pregunté qué pensaba del cuatro solista al estilo cambur pintón. Me dijo que eso no existía porque el cuatro tradicional estaba limitado por el bordón que tenía de prima.

-El cambur pintón sirve para acompañar, no de solista- sentenció, y a renglón seguido se lanzó con su cuatro a tocar varios tangos, que según me dijo no los tocaba en los conciertos porque no estaban acabados, que me dejaron sin respiración.

Tuve la irresponsabilidad de tomar mi cuatro y le dije –Maestro, le voy a tocar algo, y le toqué El Prisionero del Amor, y sucedió lo inimaginable

-¡Tienes que enseñarme esa vaina, machete! me dijo.

Creo que del vértigo que me produjo la solicitud del maestro, allá a finales de los años 80, me recupero ahora, es decir comprendo la dimensión de lo que me expresó casi en susurros: el cuatro al estilo cambur pintón es real y a estas alturas sabemos que es así, la Siembra del Cuatro lo ha demostrado cabalmente.

Fredy Reyna fue un personaje insólito, como gustaba él de calificar a las personalidades que lo impresionaban, y ese personaje insólito, peregrino y apóstol del cuatro, fue impresionado por las posibilidades que se abrían con el regreso del cuatro a sus orígenes pueblerinos, pero ahora entrando con orgullo en los escenarios de la música elevada y sistematizada.

Ese hecho él no lo imaginaba y la percepción con la que cerré esa tarde, una de las varias en las que me deleité en su amistad, fue que para él fue un descubrimiento en cuanto a lo que se podía hacer con nuestro instrumento tocándolo a partir de su  configuración original, esa configuración que lo hace el cuatro venezolano.

Alfredo Salgado

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5 comentarios

  1. Acabó de vivir en tus letras semejante experiencia, por cierto necesito me enseñes ese vals El prisionero del amor. Sólo hay que estar en el lugar preciso y en el momento adecuado para vivir tan exquisitos eventos. Admire mucho al maestro y también admiró en ti tu empeño por ilustrar a otros en cultura vivida.
    Un abrazo.
    Rafael Rincón

  2. Que riqueza tan inconmensurable voy encontrando cada vez más en la historia que se va escribiendo de este modesto instrumento que me lució tan pobre en mis momentos de tribulación juvenil, pero que riqueza cuando puedo ver que me sirvió para esquivar caminos torcidos e irme encontrando con gente como tu. Es asombroso todo lo que se puede hacer por él, con él y en él Gracias “Loco lindo” como solía llamar mi padre a un amigo pintor de mi infancia.

  3. Qué banquete Alfredo nos has dejado. Qué hermosa experiencia, qué maravillosa y mágica travesía entre el Teresa Carreno y la Ave.Victoria. Y que extraordinaria toda tu narración. Y ni se diga el final. Lo que más queda es esa humildad de los grandes maestros, esa capacidad para enseñar y aprender a la vez. Ser escuchar y ser escuchados. Eso es lo grandioso. Y esa es la ciudad y la música que amamos. Gracias, Alfredo, por esa reseña, que es mucho más que eso. Mis respetos.

    1. Muchas gracias profesora. Todo un honor recibir un mensaje suyo. El maestro Reyna sin duda fue un caballero del renacimiento que de seguro descubrió la máquina del tiempo y se vino a esta época tal vez tan loca como la de Florencia del Renacimiento, pero con menos gracia. Esa fue la gracia que él compartió con nosotros.

  4. Tuve la oportunidad y la dicha de recibir clases con el maestro Freddy Reina en los años 80 en su casa cercana fue una experiencia de humildad y saber , y mucho amor y amabilidad de su esposa Lolita, siempre se sorprendia de nuestros aprendizajes diciendonos !¿como lo hiciste?! ,!me lo vas a enseñar! por esos pequeños detalles iguala la grandeza y la virtuosidad de su arte.

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