Escrito Por: Alfredo Salgado
Definitivamente nuestro cuatro es del carajo.
Me perdona la gente decente que frecuenta este blog porque en mi primera incursión en el mismo, me inauguro con una palabrota. Sucede que las que pueden sustituir a la que estoy usando, son más altisonantes que esta. Entonces, tengo que reiterarlo, nuestro cuatro es del carajo.
Las razones para tan estridente afirmación, en un instrumento que para nada es estridente de por sí, a pesar de que se le puede tratar estridentemente; son muchísimas. Solo el hecho que podamos enlazar los cautivantes caminos del cuatro venezolano, con las peripecias y sufrimientos de cierto príncipe danés, ya es algo inmenso. Es decir, coloca a nuestro cuatro en las alturas celestiales que caminó el bueno de Shakespeare.
¿A qué dilema me refiero? De hecho el dilema fue descubierto tiempo atrás para el caso de la guitarra, pero no por malabarismos, podemos abordarlo en el caso del cuatro, con sus cosas muy propias.
Años atrás llegó a mis manos la fotocopia de un librito titulado “El Dilema del Sonido en la Guitarra” (no sé en dónde tengo el librito), escrito por el compositor español Emilio Pujol. Él ponía sobre el tapete la siguiente discusión que entre los ejecutantes del instrumento se estaba dando: ¿cómo debían pulsarse las cuerdas de la guitarra? ¿Con la uña o con la yema de los dedos? Los argumentos a favor de una y otra postura eran importantes. Los defensores del uso de la uña afirmaban que esto permitía una mayor velocidad al momento de atacar las cuerdas. Quienes lo objetaban, decían que la uña maltrataba el sonido de la cuerda, sonaba metálico. Quienes proponían el uso de la yema de los dedos, afirmaban que de esta manera se obtenía un sonido más dulce, redondo, aunque al momento de la velocidad se perdían recursos. De manera que esta era la discusión.
Tal vez el momento cumbre de este debate se alcanzó cuando el gran maestro Francisco Tárrega, creador de la técnica moderna de la guitarra, suspendió sus actividades como concertista, para dedicarse a aprender a tocar la guitarra con la yema de los dedos. Él decía que lo del sonido más bello era verdad, pero que lo de la pérdida de velocidad también era verdad, por lo cual se dedicó a sacarse cayos en las puntas de sus dedos a fin de obtener la dureza necesaria para abordar pasajes rápidos, sin sacrificar la belleza del sonido que se obtenía al pulsar las cuerdas con la pulpa de los dedos.
¿Qué pasa con nuestro cuatro? Me parece que el dilema es parecido. Con frecuencia se abusa de del uso de las uñas, del uso de la fuerza, en detrimento de los dulces sonidos que se pueden extraer de nuestro instrumento. Hay efectos tímbricos que son perfectos con las uñas, pero hay muchos en los que el uso de la yema de los dedos puede colocar el sonido del instrumento en dimensiones sublimes.
¿Cómo se resolvió el dilema en el caso de la guitarra? De la misma manera como debe resolverse en el caso del cuatro: sin dogmatismo. En donde quede mejor con la uña, pues metámosle uña. En donde suene mejor con la yema de los dedos, pues metámosle dedo. El objetivo debe ser la belleza, y que esta no sea sacrificada en la hoguera de la espectacularidad, aunque la verdad sea dicha, una de las cosas bellas del cuatro es lo espectacular que suele ser.
Andrés Segovia resolvió este dilema de esa manera. Uña en donde deba estar y dedo en donde deba estar, y eso lo dicta el corazón del intérprete. De allí el angelical sonido que el Maestro español fue capaz de extraerle a la guitarra.Hernán Gamboa y Cheo Hurtado hacen lo mismo. Alternan el uso de la mano derecha de esta manera y por eso el cuatro suena en sus manos como suena.
¿Existe pues algún dilema? No lo creo. Lo que hay es un objetivo: lograr la mayor expresión de la belleza en la interpretación de nuestra música, para lo cual hay que estudiar con paciencia de enamorado.
En fin de cuentas eso es lo que somos nosotros, unos enamorados de ese universo encerrado en esa cajita de madera y sus cuatro cuerdas.
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