Por Alfredo Salgado
Después de 1750, cuando se referían a Bach, no hablaban del viejo Johann Sebastian Bach, sino de seguro de alguno de sus hijos, que alcanzaron el reconocimiento público que el Kantor de la Iglesia de Santo Tomás en Leipzig, nunca tuvo en vida.
Este hombre extraordinario, que vivió una vida ordinaria, común y corriente, sencilla, sumergido en la cotidianidad de preparar para todos los servicios semanales de Santo Tomás, una genialidad musical de la que sus coetáneos no se percataban sino que apenas intuían, era tildado de componer música vieja y tan complicada que solo él o nadie, podía tocar.
No viajó mucho en toda su vida. Tal vez menos de 100 km a la redonda. Lo hacía para ir a probar nuevos órganos instalados en las iglesias situadas en ese radio o tal vez para conversar con otros músicos. Su centro de acción real era su casa, en donde había procreado una descendencia de 20 hijos, tenidos con su primera esposa y prima segunda María Bárbara Bach (7 hijos), y con Ana Magdalena Wilcke (13 hijos), su segunda esposa. De esta numerosa descendencia solo sobrevivieron 9 hijos.
En esa familia se respiraba, se comía y se bebía música desde al menos 5 generaciones anteriores. Él pudo formar una pequeña orquesta de cámara con su familia, teniendo a Ana Magdalena como cantante.
Bach componía música no solo como expresión de una de los más elevados talentos y dones artísticos con que Dios ha dotado a los seres humanos, sino también para comer.
Ese era su oficio: músico. Y de él vivía y sostenía a su familia.
Pero además era un genio. Uno de los más grandes que nos han sido dados, repito.
Un genio desconocido, oculto en la sencilla vida de la Alemania del siglo 17-18, pero que compuso música para la eternidad, no para su tiempo.
Mucho de su música se perdió. Poco de ella se publicó en vida de él, y poca fue interpretada. Mucha de ella se ha venido descubriendo a lo largo de las últimas décadas, cuando parece que han nacido los hombres para quienes Johann Sebastian Bach escribió: de seguro muy pocos de quienes vivieron en la segunda mitad del siglo 18 y durante todo el siglo 19, escucharon su música, y son pocos, muy pocos en este tiempo, los que de alguna u otra forma, no hayan escuchado obras o fragmentos de sus invenciones.
Creo que fue Leibniz quien decía que Bach fue uno de los más grandes filósofos del siglo 18. Más que eso, fue un teólogo. Más que eso, fue un hombre que vio a Dios.
Todo esto, corto muy corto, para compartir estas dos expresiones de la modernidad de Bach, si acaso alguien puede explicarme claro y sencillo, qué carajo significa modernidad. En todo caso, el viejo Sebastian, acusado de componer música vieja, compuso la más avanzada de las expresiones musicales, que apenas comienza a asombrar a los hombres.
Gocen un montón con estos dos ejemplo que les “linkeo” aquí, y díganme uds., si el viejo Bach no era moderno.
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