Hernán Gamboa y Los Teteros de Salomón

Un domingo del año 1971, mi papá nos dijo al batallón que tenía por hijos -Hoy nos vamos al Aula Magna a ver a Serenata Guayanesa. -¿SereGuaguaYeyequé? le preguntamos impertinentemente, augurando un domingo pleno de aburrimiento.

Llegamos al Aula Magna con nuestras caras arrugadas, nos sentamos modositamente en una de las primeras filas laterales de la izquierda y salieron a escena los Cuatro de Ciudad Bolívar.

Cuando comenzaron a cantar me llevé una de las mayores impresiones de mi vida, tan grande que aún no se me pasa. Al finalizar la primera canción, mi hermana mayor y yo corrimos y nos encaramamos en el escenario, supongo que junto a otras personas más, y desde allí escuchamos el resto del concierto, lo que para mí fue una revelación casi mística.

Quien llevaba la “vocezota hablante” esa mañana dominguera, era un flaco altisimo, de chiva, que tenía un cuatro que se veía chiquito en sus manos, y una chaqueta marrón de cuero, que lo vestía de elegancia. Los otros no hablaban; cantaban como ángeles: uno como una campanita, otro como un cigarrón grandote, el galán chivúo grandote, en muchas ocasiones llevaba la melodía principal; y el compañero que tenía al lado, aparte de cantar siempre oportunamente, repicaba el cuatro como jamás se había imaginado nadie que se pudiera tocar. Ese era Hernán Gamboa.

Cuando terminó el concierto, recuerdo que me levanté para “impedir” que se fueran y me atravesé en el camino de César Pérez Rossi, quien pasó a mi lado sin darse cuenta de mis 11 años de existencia, despidiéndose de un Áula Magna enamorada del canto de nuestros 4 Fantásticos.

Pasaron sin percatarse de mí, pero no los dejé que se fueran. Todo este tiempo los he tenido conmigo.

Muchos años después, siendo estudiante en una universidad extranjera, llegó a mis manos un cassette de Hernán Gamboa, El Cuatro de Venezuela, como lo bautizó su compañero Iván Pérez Rossi: esa música, esa manera de tocar el cuatro, fue para mí otra revelación, y entonces me dediqué de modo obsesivo a tratar de aprender en la lejanía, sin nadie que me enseñara, cómo hacía Hernán Gamboa para poner a sonar el cuatro de esa manera.

Esa obsesión que me arropó entonces, por tocar al modo rasgapunteado, arropó a toda una generación de cuatristas; esa fue la chispa que encendió el fuego en el que se ha venido convirtiendo el movimiento “cuatrístico” en Venezuela, el punto de arranque para la conformación de una escuala musical, de ejecutantes del cuatro rasgapunteado, que en los cuatro puntos cardinales del país florece y que como ya sabemos, se proyectó fuera de Venezuela llegando incluso a Japón.

Las dos primeras producciones como solista de Hernán Gamboa, contienen piezas musical y técnicamente acabadas, no se les puede agregar nada más, desde mi punto de vista. El Norte es Una Quimera, Castro en Margarita, Margariteñas, El Diablo Suelto, Conticinio, El Prisionero del Amor, según mi punto de vista, no se pueden tocar de otra manera. Se pueden hacer variaciones, versiones, etc., pero siempre el punto de partida será la manera como las concibió Hernán Gamboa. Y esto nos lleva a un punto muy importante, y es que el aporte de este músico de El Tigre, no fue solamente en los aspectos técnicos de la ejecución del cuatro, sino que musicalmente, armónicamente, contrapuntísticamente, empujó a nuestro instrumento a unas alturas que para aquel momento eran impensables.

Si Hernán Gamboa no hubiese descubierto lo que descubrió, tal vez no estaríamos escuchando a Cheo Hurtado, a Jorge Glem, a Alfonso Moreno, a Miguel Siso, a C4 Trío, y a todos los prodigios con que nos topamos en muchas esquinas de Caracas, en donde mejor se toca el cuatro en Venezuela por cierto, o recostados de cualquier poste o mata del país.

Hernán Gamboa en su obra, ha recogido expresiones de toda la geografía nacional. No solo como solista, sino también todo lo que hizo con Serenata Guayanesa, en donde dejó una marca indeleble. Arreglos musicales y vocales que son parte del patrimonio cultural de esta nación, tan necesitada hoy, de algún patrimonio o motivo de orgullo.

Muchos nos topamos por primera vez con el joropo oriental, los pasajes y joropos llaneros o guayaneses, la música larense, la variedad de las expresiones del aguinaldo venezolano, lo insólito del merengue caraqueño o lo sublime de los valses venezolanos, los bambucos zulianos, de la mano de Serenata Guayanesa y de Hernán Gamboa.

En mi opinión, la calidad y la profundidad de la música de Hernán Gamboa ha sido sobrepasada por lo que los cuatristas de las generaciones actuales están haciendo. Claro que la mayoría de los cuatristas contemporáneos tienen una mejor muñeca que Hernán Gamboa; más agresiva y versatil en muchos casos. Es verdad que sus producciones musicales de los últimos tiempos, excluyendo el maravilloso trabajo que realizó con Jaime Torres, están por debajo de sus trabajos iniciales. Pero, y este es más bien un PERO, esos trabajos de presentación de la técnica del rasgapunteo, son una cumbre en la música no solo de Venezuela sino de toda la música hispana. No es exageración y los cuatristas saben que digo la verdad.

Hay un legado real, imperecedero, que se ha prolongado y propagado por generaciones. ¿La prueba? Me remito de nuevo a mi caso, con la venia del amable lector:

Un día, tal vez después del concierto del Áula Magna, mi hermano menor y yo estábamos echando vaina y alterando la concentración de un tío nuestro, profesor de Artes Plásticas. ¡Quédense tranquilos carajitos! decía con poca convicción, y nosotros seguíamos en nuestra convicción de echar vaina. Apeló a un recurso extraño; sacó un cassette y lo puso a sonar en el “moderno” tocacassette de principios de los 70: ¡La sapa estaba pariendo y el sapo estaba mirando! sonó de repente, y la campanita cantó, el cigarrón revoloteó, el cuatro punteó de modo milagroso y todas las voces entretejidas en armonía perfecta.

Mi hermano y yo nos paralizamos y nos sentamos a escuchar lo que pasaba con la sapa, y nuestro tío pudo trabajar.

A mis hijos los arruyé con la música de Serenata Guayanesa y con los toques que me copié de Hernán Gamboa. Los aguinaldos navideños, los cumpleaños familiares, están sazonados en gran parte con la música de estos canosos muchachos.

Un día entendí que lo que pasó en mi familia con la obra de Serenata Guayanesa y de Hernán Gamboa, no fue aislado: en un concierto en el “Teresa Carreño”, en uno de los tantos homenajes que los venezolanos nos hemos hecho a nosotros mismos, celebrando la música que ellos nos trajeron de las riveras del Orinoco, Luis Julio Toro anunció que Gurrufío tocaría un arreglo musical de la “música con la que todos crecimos”, y se arrancó a sonar su flauta con un potpurrí de los serenateros, persiguiéndose entre sí con los otros jugadores de gurrufío, a esa velocidad de vértigo que le imprimieron a la música urbana venezolana, a ver si llegaban a tiempo a la Boda de La Pulga y El Piojo.

Y para terminar hablando de mí mismo (parece que es lo único que he hecho), les cuento que nació Salomón, mi primer nieto y juro ante Dios que ese carajito junto con los calostros de su madre, beberá del manantial que me le copié a Hernán Gamboa, para seguir prolongando la influencia generacional a la que hace más de 40 años atrás, mi papá nos sometió, obligados, una mañana dominguera en el Áula Magna de la Ciudad Universitaria.

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Un comentario

  1. Reverberante tu escrito, estructurado jovialmente, definiendo lo original de tu personalidad !!!
    Hoy admiro mas a Hernan Gamboa, suena a chiste, pero tuve el privilegio de que en intimo me acompañara una pieza, mientras yo punteaba en mi casa en Aruba, por los años 80 !!! no habian celulares ni camaras alrededor !!!

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