¿Un muchachito bonito? bueno, cualquier muchacho puede ser bonito, pero bien bonito no, eso es un privilegio que ni uno mismo escoge. Eso es suerte. Si a mi mamá no la hubieran visto en estado hubieran dicho que ese muchacho no era de ella, y no porque mi mamá no era bonita, porque que yo recuerde y según lo que me han dicho, mamá era una de las mujeres más bonitas que había en Barbacoas. Un póker de ases formaban cinco mujeres por lo lindas que eran en Barbacoas. Ese grupo lo conformaban Mercedes Tenorio, Arminda Santaella, María Amparo Navas, Pastora del Nogal y María Márquez, mi mamá. Por allá había un cura que era un humanista, él se llamaba el Padre Matute, que por cierto era padrino de mi comadre Josefina de Laguna que ahora es abogada y una de las grandes figuras públicas que ha dado Barbacoas. El cura, además de impartir los oficios religiosos, fundó una escuela para darle clases a toda esa cuerda de zagaletones que había allí, entre ellos yo. Echando un poco para atrás, les sigo contando que por lo bonito que yo era (no se qué pasó después), todo el mundo ahí tenía que ver conmigo, ¡que si esos ojos!, ¡que si esa boca!, ¡que si esos cachetes!, ¡que si esas piernas!… en fin, que en conjunto yo era por ahí el que más se parecía al Niño Jesús. El padre Matute, un hombre avanzado para la época, al verme se le ocurrió hacer un nacimiento viviente. Mi madrina de confirmación se llamaba Arminda Santaella. Ella venía todos los días a mediodía a bañarme. El baño era después de yo haber comido. Mi almuerzo era un topocho madurito que papá me “mallugaba” y cuando estaba blanditico le quitaba el piquito y me lo daba en las manos y yo me lo tomaba como un tetero. Mi madrina cuando venía a bañarme no preguntaba ¿ya el niño se tomó el tetero?, sino ¿ya el muchacho se bebió el topocho?. Si le decían que sí, me agarraba, y después de hacerme carantoñas y a tuna quetuna tuna, me metía en una ponchera de agua y me bañaba con jabón de olor. A ella fue que el padre la escogió para que hiciera el papel de Virgen en el nacimiento viviente. Tengo que contarles que no fue fácil que mamá accediera a dejarme llevar para lo del nacimiento. El padre habló con mi papá, y mi viejo con tanta necesidad que tenía, arregló con el padre alquilarme por 30 denarios que eran para la época algo así como 30 pesetas de plata de a cinco reales. Llegó diciembre y prepararon el tremendo nacimiento. Ustedes no lo van a creer pero ese pesebre si quedó bueno. Les voy a decir como fue la broma. A mi madrina, que hizo de Virgen, la pusieron más bonita todavía y eso que ya ella era. Le echaron dividive en los ojos para que viera pa´rriba como la Virgen. A mi tío Manuel Márquez lo pusieron de San José porque tenía una cara de pájaro carpintero que era un primor. Como no encontraron mula, porque mire que buscaron y le preguntaron a mucha gente que tenía hatos si por casualidad tenían una mula, y era que no, que no tenía nadie; porque fue que como el que mandaba era el General Gómez, mula que había se la mandaban a él de regalo a las Delicias en Maracay. Al General Gómez le gustaban muchísimo dos cosas, las aguas termales de San Juan de los Morros y las mulas. Usted no ve que él era de La Mulera, Estado Táchira. Bueno, el papel de mula lo vino a hacer Filiberto Milano, claro que disfrazado, porque él tenía las orejas chirriquiticas. Cuando iban a colocar al niño, mamá preguntó:
– ¿Lo llevo con culero o sin culero?
El culero es una especie de pañal que usaban antes, y el cura contestó:
– ¡No! sin nada de eso, ‘esnuíto como Dios vino al mundo.
Yo como era gordito, no me importó pasar frío ni nada de eso. Me colocaron en una cesta de mimbre y allí se me veía todo menos el pipicito que estaba escondío en la gordura. Venía gente de todas partes, de Camatagua, Carmen de Cura, Taguay, San Francisco de Cara (ahora Guanayen), El Sombrero, La Pascua, Las Mercedes, Chaguaramas, Ortiz, Parapara, y fue tan grande la fama del nacimiento que esta llegó hasta San Juan de los Morros donde se enteró un fotógrafo muy bueno que había allí que se llamaba (porque él murió) Pedro F. Mirabal y se trasladó hasta Barbacoas para tomarle una foto al nacimiento viviente. Así mismo fue, tomó la foto y ésta circuló por todo Barbacoas, mucha gente se puso en una copia y mamá en la de ella.
Una vez yo le regalé una casa a mi mamá en la Sabana del Blanco de la Pastora, y registrando una petaca vieja, donde mamá guardaba los documentos para hacerle una venta simbólica, encontré la foto. Años tenía yo que no veía esa foto. Después de verla calladito un rato, y hasta los ojos se me aguaron recordando todo aquello, le dije desde la sala a mi mamá que estaba en el comedor tejiendo unos escarpines para un santo:
– Mamá ¿ésta es la foto de cuando yo…?
Mamá no me dejó terminar y me dijo:
– Esa es la foto de cuando usté…!
Yo tampoco la dejé terminar, todo lo entendíamos
– Préstemela para mostrársela a mis amigos
– No
-¿Por qué?
– Me la vas a botar
– Yo no te la boto
– Me la vas a botar
– Yo no te la boto
– Me la vas a botar
– Te prometo que…
– Me la vas a botar
Las madres siempre tienen la razón, boté la foto. Ahora tengo que volvérmela a sacar.