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MI QUERIDO SAN JUAN

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¡Cuánto te añoro mi querido San Juan!, no te olvido nunca, y menos cuando llega el día de tu Santo. Es un recorrer de recuerdos entre mi infancia y mi adolescencia. Vivíamos en Villa de Cura y el 8 de agosto de 1940, a ocho días de haber muerto papá y cumpliendo yo justamente doce años, llegamos a San Juan de Los Morros. Recuerdo que fue a una casita prestada que era de la familia Campelo. Los hijos de esa generosa familia y nosotros nos criamos como hermanos.
Esto fue en la Sabanita, hacia la Bajada de los Perros. Eramos vecinos de un señor llamado Don Vicente Utrera que vendía periódicos y tenía una cría de chivos. Mamá le compraba leche de chiva y nos daba a beber para que saliéramos ágiles y para que no nos devolvíéramos nunca de nada en la vida, por aquello de que chivo que se devuelve se ‘esnuca . A lo mejor viendo que vender periódicos era buen negocio, nosotros muchachos, para ayudar al sostén de la familia, también vendíamos. La Esfera, La Noticia, El Heraldo, El Nacional, El Morrocoy Azul, Ahora, El Universal, todos estos periódicos los metíamos en unos cartones doblados debajo del brazo y nos íbamos pregonando por todo el pueblo nuestra mercancía noticiosa.
Doña María de Olivo era la receptora y distribuidora de estos periódicos y revistas. ¡Con cuánta alegría hacíamos nuestro trabajo! Fue mi primer oficio público, porque en casa, junto a nuestras hermanas Ana y Margot, tejíamos capelladas y taloneras para hacer alpargatas. Cuando terminábamos de vender los periódicos, que íbamos a la casa, me esperaba un azafate lleno de bollitos de hallacas que salía a vender por el pueblo y especialmente al cuartel de La Mulera, que me acuerdo que el jefe era el Coronel Lugo. Un ordenanza metía al cuartel el azafate repleto y se vendían en cinco minutos, a centavo el bollo. Esto lo hacía el ordenanza por dos o tres bollos que yo le regalaba. Con el producto de esta venta, cinco reales, mamá compraba maíz y carne para preparar los bollos del día siguiente. La ganancia estaba en que nosotros comíamos picadillo con arepa y esa era nuestra comida, y mamá, siempre tenía sus cinco reales y medio. Recuerdo que también fui vendedor de leche. Era que un señor muy popular del pueblo llamado Don Pedro Juan Corrales, casado con Doña Juanita Heredia, tenía una finquita lechera en Las Adjuntas. El traía su leche en una camionetica y un grupo de muchachos salíamos con unos cántaros a venderla, a real el litro. Cada uno salía con 20 litros y a las 2 horas, regresábamos con 10 bolívares cada uno y el señor Corrales nos pagaba un bolívar. ¡Y pa’ la casa con el bolívar! Después de vender la leche, que lavábamos el cántaro con arena en el río San Juan debajo del Puente de La Mulera, me iba a un negocio que tenía un señor que se llamaba Eugenio Barrios en Los Corrales, que quedaba de la esquina de Pedro García diagonal con Pánfilo Cedeño pa’bajo, por la calle Sucre, donde antes se hacían las coleaderas cerrando las bocacalles. Allí vi colear a un señor de Cagua de apellido Gorrín, a Manuel Sarmiento, a Chuchú Montenegro y a José Antonio Páez, no el de Curpa sino el de San Juan. En esa vía, recuerdo la bodeguita del Mocho Betancourt, que enfrente quedaba otra de Antonio Fontainés y más adelante la bodega Las Quince Letras de Neptalí Heredia. Al laíto, el negocio de Decio Díaz, que tenía una fábrica de helados llamado El Cotoperí y que uno los compraba, para después de comérselos, revisar la paleta a ver si tenía premio “vale 1”, “vale 2” , “vale 3″… ¡y venga pa’ la barriga más helado! Al terminar la calle estaba la esquina del catire Antonio, dueño de Los Corrales, que me acuerdo clarito le dieron un batazo en la cabeza pa’ robalo.
Cruzando a la izquierda, quedaba la bodega del señor Barrios, y yo sacaba unas hortalizas que él tenía sembradas allí y las vendía, me ganaba un real y corría con el real pa’ la casa. Luego me iba a la bodega de Juan Zerpa en la Sabanita, que trabajando allí fue que me alargué los pantalones (trece años), a despachar de dependiente y repartidor. Este Juan me pagaba un bolívar y mamá me decía que se lo llevara en artículos (café, papelón, azúcar, arroz, frijoles, manteca y más de eso). Un día me avisaron que Catalino Sierra ,que era el chichero del pueblo, necesitaba un muchacho bueno y avispao para que le atendiera una bodeguita de paso de ganado que tenía por La Mulera, vía El Chupón, y no lo pensé dos veces, porque yo lo que quería era codearme con los arrieros de ganado y hablar con ellos para escucharles sus cuentos y vivencias, y a la vez , ir preparando las mías. Usted no ve que ellos pernoctaban ahí con su ganado que traían del llano de paso para Villa de Cura donde estaban Las Hemanas. Una vez, el señor Catalino se enfermó con una fiebre altísima y yo preparé la chicha y la salí a vender ¡chicha, chicheeero!, pero la buena intención mía no estuvo a la altura de las circunstancias, la chicha me salió ahumada y y sin dulce y por poco le boto la clientela a Catalino.
Este Catalino Sierra era ahijado de Don Adolfo Zerpa que tenía la bodega más grande de San Juan :”La Aduana”. Ser dependiente o repartidor de esa bodega era la aspiración máxima de un muchacho de pueblo, trabajador, y yo fui uno de los mejores. Era el consentido de La Viejita, de Luis Tomás y de Doña Columba la esposa de Don Adolfo, esa gente si me quería, claro, yo también me ganaba el cariño de ellos, usted no ve que yo era muy chusco.
En frente de “La Aduana”, en la Avenida Bolívar, quedaba la Farmacia de Antonio Infante, éste tenía varios hijos: Musiú, Miguel, Lolo, Nené, Marco y Nei. Con el que más me relacionaba era con Lolo, con quien me iba a repartir en bicicleta, él medicinas y yo víveres, hasta el Hotel Termal que quedaba más allá de la plaza de los burros, hacia donde están las aguas termales. Eso para mí no era un trabajo sino un paseo, recuerdo que nos parábamos a beber chicha en el kiosquito de José Laya que quedaba en la puerta de entrada de la casa de Hernández Ron, frente al campo de jugar béisbol en La Mulera, donde está ahora el monumento a la Bandera que mandó a construir Don Ricardo Montilla cuando fue Gobernador, allí quedaba el “jon”.
También frente a “La Aduana” vivía un matrimonio muy querido formado por el criollísimo poeta guariqueño Ernesto Luis Rodríguez y Esperanza. La hija mayor de ellos se llama Rosalinda, que la pusieron así por el famoso poema del mismo nombre, y que me acuerdo clarito que fue estrenado en el cine San Juan de Don Teobaldo Mieres, recitado por un muchacho de apellido Corro.
Se me olvidaba decirles que antes de este trabajo, yo fui muchacho de mandados en dos casas de familia que no se me olvidan nunca. La casa del General Velásquez y su esposa, donde me cogieron un cariño inmenso, sobre todo sus hijos Luisa, Vidalina, Mirta, Teodorito, Arnaldo y Gonzalo. Estos jóvenes de entonces me tenían de cómico en la casa, para todo era Simón, para echar cuentos , para cantar, para bailar, en fin para todo. Me pagaban 8 bolívares mensuales, la comida y un pan de jabón azul para lavar mi ropita, ése era el sueldo. Pero aprendí mucho ahí porque la señorita Vidalina (así me decían que le dijera, porque un día le dije Vidalina pelao y por poco me dan por la boca pa’ que respete) era maestra y ella me enseñaba gramática, recuerdo que me enseñó que no se dice “así es que es”, sino “así es como es” y también a no decir “o sea”, sino “es decir” y también a no decir “apartamento” sino “apartamiento”, pero yo seguí diciendo apartamento y así me quedé. Por cierto que la señorita Vidalina, cuando hablaba por teléfono con las muchachas de San Juan, ella para echárselas, yo escuchaba que decía:
-¿Tú sabes? tenemos mandaero, tenemos mandero, es medio loquito y como que pariente, pero lo bueno de él es que es muy chascarrillo.
Y yo pensaba pa’ mis adentros…-chascarrillo será usted, ¡no jile!
Una vez que estaba sirviéndoles el desayuno sentados todos a la mesa, como yo no sabía servir, me les metía con la comida por todos lados rapidito chas chas chas, y ellos me decían: -Por la derecha niño, por la derecha, sirva las cosas por la derecha. Y yo muy apuradito servía y hasta se me botaba el agua y el sancocho. Ya le había servido agua a la señorita Vidalina cuando ella se llevó el vaso a la boca y le olió mal, entonces me gritó durísimo media furiosa, con los dientes apretados y sin abrir la boca:
-¡Simonciiiito!
Yo me le cuadré enfrente con la mano derecha en la sien como un buen militar y le dije:
– Eche pa’lante que cigarrón atora
-¿De dónde sacó usted esta agua?
-¿De dónde va sé pues ? del tinajero – le dije
-¿Y usted lo lavó bien?
– Lavaíto lavaíto
-¿Lavó la piedra de destilar y la tinaja?
– Esa piedra está de a chorro, y la tinaja , que se derrama..
-¿Con qué los lavó? – sospechosa ella
– Usted sabe que la economía es la base de la riqueza, pues con el mismo cedazo con que limpié la poceta….
Inmediatamente se pararon todos de la mesa y hasta hoy yo no he sabido por qué, una gente que era tan jartona, hubiera dejado ese comiero ese día.
La otra casa de la que fui mandadero y de la que guardo un gratísimo recuerdo fue en la casa de Don Manuel Sarmiento y Doña Elvira. ¡Qué de recuerdos hermosos tengo de esa gente! Por ellos y por sus hijos a quienes cargué y ayudé a criar desde el punto de vista de empleado de la casa. A Mercedes y a José Joaquín (mi compadre) fue mucho el tetero que les di.
El que no sabe escribir es como el que no ve, tanteando aquí, tanteando allá, pero es que me entusiasmo y los recuerdos se me atropellan y no encuentro como echárselos.
Dígame aquellos muchachos que formaron parte del equipo de béisbol “Ayacucho Star” de Villa de Cura. Fueron campeones nacionales infantiles en esa época y le ganaron nada menos que al Boston BBC de Caracas. Lo que ustedes no saben es que yo jugaba con ellos cuando se estaban formando, a principitos de los años 40. Eran casi todos de la escuela Arístides Rojas, y algunos del barrio Las Mercedes, de allí era su picher estrella Guillermo Infante, que a veces yo me venía con él y me metían a jugar en segunda, pero como me mudé para San Juan no seguí con ellos. Los recuerdo casi todos: Don Juan Francisco Hernández (jefe), el Quebraíto (manayer), Tatica Rodríguez (sior estó), Fernando Lapenta (segundo quecher), Raúl Montenegro (segundo sior estó), el Gato (primera base). Ellos fueron un domingo a jugar a San Juan contra el equipo infantil Pro-patria y éstos perdieron por paliza (9 arepas). También, si hago fuerza, memorizo tranquilito el equipo de los más grandes de San Juan que se llamaba “Guárico BBC”. Miren: pícheres, Leoncio Corro y el loro Escalante; quecher, Clemente Pozo; primera, el Zurdo Amaro; segunda el Chingo Montes; terceras, el Negro Chima y Tovar; Sior estó, el Gordo Casañas; en los files teníamos a Pedro Pablo, el zurdo Ventura y Ramón Padilla (el panadero), que bateaba durísimo y casi siempre le daban la base por bolas (bol for), porque si venían por la goma, éste la podía poné más allá del cuartel, por donde está el río, y la bola se perdía y se acababa el juego, usted no ve que jugaban con una sola pelota.
(Esta memoria mía se me emociona y me hace brincar mucho, por eso vuelvo a cuando era repartidor de la bodega “La Aduana”).
Yo era una especie de jefe de pandilla, pero pandilla sana, para jugar béisbol, boxear, buscar ñemas de iguana, pescar, irnos a bañar al Chupón, Charco Tapao, Las Lajitas, Guaiquere, La Peñita, Puerta Negra, El Castrero, y los sargentos y soldados míos, que no lo pueden negar, eran Claudio García, El Negro Bermúdez, Luciano Bermúdez, Gustavo Hidalgo, Augusto Rodríguez, Ramón Alberto González Zerpa, Manuelito Tovar, José y Eduardo Flores, Bertilio Mena, Juan Gómez Flores, Mendocita, Alí Almeida, El Negro Mateo Quintana, Amparo Muñóz, Cabo ‘e Vela, Zancú ‘e Laguna, Mira pa’ l cielo, Manchón, Valentín, Tito Pérez, Enrique Pérez, Camellito, Lolo y Nené Infante, Guaicaipuro y Roraima Martínez, El Zurdo Chávez, Los Pulinga, Marcos Tito Torrealba, Perico Castillo, Diego Bolívar, Tulio Santaella, Carlos Daza, Rubén Clemente Balza, Frank Toro, Chuito Villavicencio, Fernando Peraza ñema’e pavo y un montón de muchachos más, sobre todo los que eran más o menos de mi edad. Les digo que era el jefe porque yo era el jefe. A la hora de ponerse los guantes para boxear con uno de afuera, todos me veían a mí y yo era el que me los ponía; que hasta una vez me los puse contra “Kid Castañuela” de Caracas y llevé más palo que una piñata, le aguanté los diez raun y me ganó, pero ganó asustaíto porque yo pateaba y tiraba pancadas de ahogao hasta lo último. A la hora de armar un equipo de béisbol yo era el manayer, sior estó, cuarto bate y novio de la madrina; y si quieren pregúntenle a cualquiera de ellos a ver si no es verdad. Un día salí con mi compadre Ramón Alberto González Zerpa a cazar iguanas por un sitio que llaman Maniadero. Vimos una en los copitos de un Jabillo. Me quité la camisita y monié la mata hasta agarrarla. Mi compadre Ramón Alberto siempre se quedaba abajo viendo pa’ rriba. Arriba, cuando ya la tenía agarrada por el rabo, ésta se me menió más que María Antonieta Pons, me dejó el rabo en la mano y se mandó chucuta pa’ bajo. Yo tranquilo me bajé, confiado en que mi compadre al menos la había fildiao. Al llegar le pregunté emocionao:
– ¿Y la bicha? – y él me señaló apuntando con la boca
– Ahí ‘tá, marguyía en el charco…- ¿y quién era el que se metía entonces en el charco? ¡pues yo!, entonces me zambullí a buscarla, y él viendo na’ más, y yo buceando, y él viendo, y yo buceando, buscando la iguana hasta que la saqué. Luego vino la operación de castrarla (sacarle las ñemas), las sancochamos en la casa, ¿y quién era el que las vendía en la puerta del cine San Juan? ¡guá yo!. Con el producto de esas ventas toítos vimos las series: “La Araña Pelúa”, “Los Temerarios del Círculo Rojo”, “El Capitán maravilla”, “Chazán”, “La mano que aprieta”, “Tarzán y su hijo”, “Rin tin tin” y ya le digo, con un jefe así ¿quién se iba a rebelar?.
Cuando era repartidor de “La Aduana”, siempre estaba pendiente si la Orquesta Social Guárico -que después se llamó La Siboney- tenía un baile para irme de atrilero y acomodador de micrófonos y cornetas, porque lo que a mí me gustaba era estar cerca de la música y del canto. En ese entonces había un centro cultural que se llamaba Pro-patria, eso quedaba por la calle Roscio con Infante, a una cuadra de la Plaza de los Samanes. Allí hacíamos actos culturales y yo era, junto a la Negra Sojo, Balbino, Caridad, María la O, Joel Vega y sus hermanas, los hermanos Corro, Darío Laguna, Victoria Mota, Francisco Cañas (cantante de tangos), Osmán Mota Carpio y un grupo grande de entusiastas artistas, repito, yo era entre ellos el cómico de esa organización, que hasta llegué a codearme con el negrito Eliopo que llegó por ahí, y con Chaparrín y Media Zuela (famosos de la radio en Caracas) también alterné.
Por eso es que yo quiero tanto a San Juan, ¿y no lo voy a querer? ¡si nunca se ha salido de mi corazón!. ¡Ah!, y no les he contado cuando era serenatero, miren, yo le di serenata a todas esas muchachas bonitas que tenía San Juan en esa época. Mi guitarrista preferido era mi compadre Augusto Rodríguez, ése toca la guitarra con mucha delicadeza, las ventanas de las casas de San Juan pueden desmentirme, si se atreven. A veces dábamos serenatas por encargo, después de cantar, que la muchacha abría el postigo de la ventana para dar las gracias, yo les decía – ésta se la manda fulano.. Pero no crean que estos fulanos eran tan fulanos, no señor, eran por ejemplo: de un muchacho Hernández de La Villa (hijo de Martín Hernández R) a Auristela Esperandío; el Doctor Ildefonso Itriago a Judith Toro; Cesar Aguilar a Piedad Bencid; Florencio Bigott a Lumen Flores; uno que era hermano del Registrador Ortega a una hermana de Rafael Alvarado que le decían Doña Pepa; Alirio Ugarte Pelayo a Caridad Esperandío; mi compadre Ramón Alberto a Ana Torrealba; Diego Bolívar a una de las De Lima; Augusto Gallardo, que también cantaba, a Rosaurita; Pedro Moreno a Pipina; Eleazar Jaramillo a una hija del Gobernador Julio Ramón Montenegro; una muchacho de apellido Zapata a la Negra Perdomo, Frank Arreaza a Lilita Suárez, y yo a varias.
Cuando me vine a Caracas a estudiar música y a trabajar, los domingos a las 6 de la tarde yo lloraba como un niño por no estar en San Juan, usted no ve que lo que a mí más me gustaba era estar para la bajada de la Bandera. Eso era una cosa muy grande y respetuosa, estar en la plaza frente a la Gobernación en el momento en que bajaban la bandera con el Himno Nacional. Muchachos y muchachas dando vuelta por la plaza desde las cinco hasta las seis que bajaban la Bandera y después la banda del Estado se quedaba tocando varias piezas populares entre merengues, pasodobles y boleros. Recuerdo que una vez, que ya yo era medio conocido, me invitaron a una bajada de la Bandera y tocaron varias piezas mías magnificamente bien interpretadas por el trompetista Cordero que a la vez dirigía la banda. Esta banda la dirigieron grandes músicos como: Pedro F. Mirabal, El maestro Sebastián Cárdenas, Jesús Torrealba, el trompetista Cordero y otros más que por estar yo en Caracas no he sabido.
Esta crónica de recuerdos de mi San Juan querido la hago, no tanto por recordar lo que yo era sino por como era mi San Juan de entonces. Un entonces que data de 50 años atrás ¿qué les parece?. Recuerdo cuando llegó la Penitenciaría General de Venezuela: San Juan de los Morros tenía como 10 mil habitantes. El pueblo ni la chistó, más bien el comercio la vio como una gran cosa, imagínense 3.000 bocas más a quien venderle ropa y comida. Recuerdo que los presos vestían todos de anaranjaíto.
¡Ah brincona que me ha resultado esta crónica!, pero es que no quiero dejar nada afuera porque de verdad estoy encantado contándoles todo esto.
Resulta que cuando era repartidor de “La Aduana” (y vuelta con La Aduana), fui a llevar un pedido a la Casa Amarilla, que es la residencia de los Gobernadores del Estado, que no es la actual sino una más allaíta. El Gobernador, que antes se llamaba Presidente de Estado, era en ese tiempo el gran poeta guariqueño Don Pedro Sotillo. Cuando llevaba los corotos, encontré a Don Pedro, nada menos que con Andrés Eloy Blanco (su cuñado), en sendos chinchorros y en amenísima charla poética. Esos chinchorros me los traje en la memoria y los volví a colgar, cincuenta años después, en mi programa infantil de televisión: “De chinchorro a chinchorro”.
Una vez en Caracas, ya de amigos, lo visitaba en su casa de las Mercedes y en una de esas le referí esa anécdota de los chinchorros y él me contó de otras buenísimas. Recuerdo que en una ocasión le caí por allá con Paco Vera y Marcelino Madrid. Una tenida con comida muy poética, de la que, al cabo de un tiempo, me encontré con Paco Vera en La Habana, y la volvimos a gozar recordándola. Paco me dijo que de aquella reunión le habían quedado dos cosas muy buenas, una copla mía cuando le improvisaba y una frase del poeta cuando me contestaba. La copla decía:
“Te entrego mi amor aquí
con mis palabras sencillas
yo para quererte a ti
mi agua no tiene orillas”
y la frase que dijo el poeta fue:
“De la poesía nadie se escapa…”
¿Qué como fue que entré en la Orquesta Siboney?, bueno, ya les dije que yo fui el atrilero y arreglador de micrófonos y cornetas. Una tarde, que estábamos tocando una fiesta y el cantante de los boleros Miguel Alvarez se enfermó, José Andrés Torrealba, trompetista de la orquesta, me llama y me dice sonando ya la introducción:
– Viene el bolero, ¿Chato, te atreves?
-¿Cuál bolero es?
-“Dos Almas”, ¿te la sabes?
– ¡Si no sé dos le pongo tres…! ¡arranquen en fa! – asustaíto y todo me puse a cantar y se me olvidó la letra, pero como yo soy como mi mamá que no se le muere el muchacho adentro, empecé a inventar sonidos guturales y salí del paso. Desde ese momento fui el cruner de la orquesta y Nestor Acosta, el guarachero.
Pero no voy a dejar de narrarles aquel día que inauguraron la Radio Guárico. Esto fue un acontecimiento muy importante. Jesús Ghersi, que era el dueño de la radio, buscó un locutor de Maracay para que perifoneara las incidencias de ese día. Hubo varios actos en el día, y en la noche, contrataron a la Orquesta Siboney. Ya yo estaba en Caracas desde el año 49, pero fui a San Juan para cantar ese baile. El mismo José Andrés Torrealba, trompetista de la orquesta, me había mandado a avisar con Juan Gómez, que era cobrador como yo de un banco en Caracas, pa’que fuera, y me largué pa’ San Juan. Llegó la noche del baile, por cierto que yo le había regalado a mi mamá un radiecito de treinta y cinco bolívares comprado en El Silencio para que me escuchara esa noche. Por primera vez mi voz iba a salir al éter. Emoción total en mi vida, imagínense, lo que yo más quería: que me escucharan en radio. Mi mamá en su casa pendiente, al lado de Guillermina, una muchacha que a mí me gustaba bastante, esperando que arrancara. A las ocho de la noche el locutor importado, que era Hugo Montesinos Castillo, agarró el micrófono ante aquel gentío de smoking tropical los hombres y traje largo las damas y dijo:
“Hoy es un día muy grande para este pueblo y especialmente para esas sabanas parejitas de los llanos venezolanos. Hoy sale a las ondas hertzianas la voz de esta nueva emisora, Radio Guárico. Esta mañana en la iglesia Parroquial de la Parroquia se ofreció un Te-Deum por la suerte y el éxito de este importante vehículo comunicacional. A las once y media de la mañana se colocaron ofrendas florales ante la estatua del Padre de la Patria. A las cuatro de la tarde, en los jardines de una preciosa casa solariega, se ofreció una ternera a la llanera salpicada con deliciosas bebidas espirituosas; y como corolario final, esta noche el señor Jesús Ghersi, presidente y dueño de la emisora, ofrece este baile para regocijo de las más altas y representativas personas de esta sociedad aquí presentes. La Orquesta…”
El volteó hacía un lado para verle el nombre en el atril y continuó diciendo:
“…la Orquesta Siboney nos va a deleitar con un set que se descompone de la manera siguiente:”
Yo estoy paraíto en mi micrófono nada más que pensando en lo que pronuncie mi nombre y que lo escuche mi mamá, y sigue el locutor:
“…en primer término el pasodoble “Aires de España y México”, en segundo lugar el bolero “Noche de Mar” que lo va a cantar… ”
Ahí se me trancó la respiración, porque me iba a nombrar, pero él no sabía mi nombre y no me lo iba a preguntar, pero se lo preguntó callaíto a uno que le estaba sacando la saliva a un cornetín y que ni pendiente estaba de lo que decía el locutor y éste le dijo: -“¡ah! ¿ése? ¡ese es el Chato!. Yo me puse pálido de la rabia porque a mi mamá no le gustaba que nos pusieran sobrenombres, y como en efecto, arrancó el locutor diciendo:
-“…el bolero Noche de Mar, de José Reina, interpretado por El Chato”.
Ahí me le calenté y le dije una grosería que salió al aire. Mamá en la casa dijo: -¡ay Dios mío, me le van a cortar el éter al muchacho!.
– Concho vale -le dije- no me digas Chato, yo tengo mi nombre
– ¿Ah si? ¿y cómo es tu nombre? -preguntó él
– Simón Díaz Márquez -le repliqué
– Mire joven, -me dijo con aire de suficiencia- yo soy publicista; el seudónimo de El Chato no le queda nada mal; acuérdese del Chato Ortín- Y yo, que sabía que el Chato Ortín era un cómico mejicano, le volví:
-Bueno mano, eso será él, pero a mí me llama por mi nombre
-Te repito -insistió- como Chato llegarás muy lejos,
como Simón Díaz no llegarás a ninguna parte.

Acordes de la canción
Ritmo de la canción

Artista: Simón Díaz​

Simón Díaz es un compositor venezolano y reconocido cantante, autor de la famosa canción Caballo Viejo (Versión conocida como Bamboleo), quién desde muy temprana edad se dedicó a la música y el canto bajo la tutela de Vicente Emilio Sojo. Simón Díaz es la referencia por excelencia de la Tonada de los llanos. Sus composiciones incluyen canciones como Tonada de Luna Llena, Mercedes, El Alcaraván, Arbolito Sabanero, entre muchas otras. Simón Díaz también es conocido por sus shows de radio y televisión, donde promovía la música venezolana en programas como "Contesta con Tio Simón". Simón Díaz falleció el 19 de Febrero del año 2014 en Venezuela,d ejando un legado impresionante e importantísimo para el repertorio musical venezolano.

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Compositor: Simón Díaz​

Simón Díaz es un ícono de la música venezolana, reconocido como compositor y cantante de renombre internacional. Su carrera musical se inició en su adolescencia bajo la tutela del gran Vicente Emilio Sojo y desde entonces, dedicó su vida a promover y difundir la rica cultura musical de Venezuela. De sus múltiples canciones, Caballo Viejo destaca como una de las más emblemáticas, conocida también por su versión Bamboleo. Además, Tonada de Luna Llena, Mercedes, El Alcaraván, Arbolito Sabanero son algunas de las obras que forman parte del legado musical que dejó Simón Díaz. Su trabajo también trascendió los límites de la música y llegó a los medios de comunicación con programas televisivos y radiales originalmente diseñados para fomentar el amor hacia la música venezolana. Su partida en 2014 fue un momento triste para toda Venezuela ya que perdió a uno de sus más grandes artistas. Sin embargo, su obra sigue viva e inspirando talentos musicales hasta hoy en día.

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