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De su esposo en compañía
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soñolienta y fatigada,
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por ver si les dan posada
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toca en las puertas María.
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Él le dice “esposa mía,
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ten calma, vamos a ver…
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nos abrirán al saber
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que te encuentras en estado
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y un lecho busca prestado
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tu Niño para nacer”.
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Pues tiembla la Virgen bella,
él se quita en el camino
su paltocito de lino
para ofrecérselo a ella.
“Vaya mi linda doncella
con este mango abrigada”
dice con gracia forzada
mientras siente las diabluras
que hace el frío en las roturas
de su franela rayada.
De portón van en portón
suplicando humildemente
y en todos les da la gente
la misma contestación
“esta casa no es pensión”
o “cuánto van a pagar…”
y en uno que otro lugar
hay quien al ver a María
dice alguna picardía
para hacerla sonrojar.
Qué pobrecitos que son,
qué pena tan sin alivio,
todos tienen lecho tibio
pero nadie corazón.
De cansancio y aflicción
la Virgen se echa a llorar
y torna triste a mirar
que en la noche alta y desierta
la luna es como una puerta
que se abre de par en par.
A la casa de un pastor
van por fin José y María,
solo piden hostería
para que nazca el Señor.
Pero hay allí tanto amor
por los buenos peregrinos
que la pastora sus linos
abandona en el telar
y al punto les va a buscar
cuajadas, panes y vino.
Ya la Virgen tiende el manto
sobre la hierba olorosa
ya como delgada rosa
se dobla su cuerpo santo
y a través de un claro llanto
los ojos del buey la ven
llora el Niñito también
y la historia nos relata
que una estrella de hojalata
brilló esa noche en Belén.